En Lituania viajé a Letonia: lo que pasó
Las calles irregulares, las letras partidas, la luz apagada, los escaparates llenos de polvo y el polvo. Abrí el norte para meter en él el sur: en el festival, en las fiestas, en las plazas éramos las seis chicas que hablaban como se habla en la otra punta de Europa.
Fue como si se hubiese abierto una brecha temporal entre un año y otro. O como si comprobase que esa parte de mí realmente existió. La cuestión es que el catalán sonó en una sala de cine con subtítulos en lituano y que nevó como nevaba entonces. Quise contar muchas cosas que no conté por no hablar demasiado.
Viajé al pasado sin dejar el presente, con el miedo de que ambos se juntasen en una mezcla irreconocible. Que se grabase un archivo sobre otro archivo. Me daba miedo sentir demasiado en demasiados sentidos y más me daba el no sentir nada; descubrir tan solo apatía, vacío. Que ese escenario y esa yo me dieran exactamente igual.
Está claro que me equivocaba. Todas las veces que sobrevuelo los países bálticos tengo ganas de llorar. En este caso, al llegar, fue por llegar. Al volver, en cambio, fue por volar.
Ver la distancia entre presente y recuerdo le da sentido a ese miedo a las alturas.
En Ámsterdam viajé al limbo: lo que está pasando
Una realidad ajena a la realidad. Muchos viajes dentro de un solo viaje, muchos días dentro de pocos días y un montón de años, de repente.
No estábamos muertos, solo perdidos entre el domingo y el lunes. Y entre la cama, el baño, la habitación entera y los pasos que había de la puerta a la recepción. Nos perdimos después de perdernos por las calles y canales del centro —yo más que tú—, de conocer lugares que ya conocíamos y de esquivar todas las bicis del país.
Tú me regalaste música y sol y yo te regalé lo que me pasa por la cabeza. Todo es tan absurdo y bonito a la vez que no me cabe solo en tres palabras: Ámsterdam fue presente.
En Barcelona viajo a una hipótesis: lo que pasará (?)
Cada un tiempo meto un objeto imaginario en nuestro piso imaginario. Es un espacio en el que cabe todo lo que tenemos en común, y una habitación que puedo hacerme mía.
Ayer nos contamos cosas que nos asustan sobre el futuro. Algunas eran muy pequeñas y otras, demasiado grandes. Debatimos sobre cómo somos, sobre cómo seremos. Él mencionó que cuando habla de mí dice que soy muy inteligente y muy creativa. Yo me sorprendí mucho, le pregunté a quién le decía esas cosas. Contestó «no sé, a tothom», o algo así, como si no tuviera ninguna importancia.
Hace un rato he pensado que en el piso también tiene que dar el sol para poder estirarnos en el sofá o en el suelo medio dormidos. Yo con los pies encima de sus piernas y él susurrando respuestas a todas mis preguntas.