Todos estos días hacía malo
- elena ballvé martín
- 7 mar 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 24 jul 2021
Desde la semana pasada me da la impresión de que nos queremos más todavía.
La primera parte del trayecto nos pusimos al día e intentamos reírnos. Algunas veces lo conseguimos, pero con el rato nos fuimos apagando. Fue como si el peso de las circunstancias fuera creciendo con los kilómetros. Como si Barcelona hubiera pasado a ser un refugio del presente y al otro lado del viaje en coche estuviera la realidad.
La tarde se fue nublando por el camino y el camino mismo se fue nublando también. Los bosques naranjas y amarillos, desfilando uno tras otro por la ventana, fueron casi como un consuelo. Me pareció que lo eran para todas, porque estas cosas siempre nos han gustado. Aunque, en esta ocasión, lo comentamos poco o nada.
Nos pasamos la tarde con las manos cogidas. Éramos como un dominó y, cuando una caía, las demás también. Íbamos juntas, sabiendo la suerte de tenernos y poder tocarnos, al menos un poco. Poníamos la cabeza en el hombro de la que teníamos al lado y así las cuatro. Una tras de otra hasta llegar al final.
No nos quitamos la mascarilla ni un segundo en siete horas. Las miradas fueron todavía más largas; los abrazos, cortos o inexistentes. Llorarle a alguien rompe aún más en 2020. Los besos que no dimos, también.
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Hoy me he dado cuenta de que en verano dijiste que iríamos a ver salir el sol y nunca fuimos. Bueno, lo dije yo y tú dijiste que vale. Es una de esas cosas que te tengo que pedir más de una vez porque a mí me encantan y a ti te dan pereza. Yo lo entiendo, pero luego siempre me das la razón cuando todo es bonito (o si no me la das, me convenzo de que, inconscientemente, lo haces). Ahora ya es noviembre y el sol sale más tarde. Vayamos antes de que nos confinen, me haría mucha ilusión. Lo dejo escrito por aquí por si lo lees, te das cuenta de que hablo de ti y me escribes de repente en plan: «eh, nunca fuimos a ver salir el sol y te morías de ganas, ¿vamos mañana?».
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Me pasé la mañana imaginando que te lo saltabas todo y venías a darme un abrazo. Durante un rato incluso me permití esperarte. Hasta me di la vuelta, una vez. Soy tonta. El resto del tiempo lo invertí en dejarme ir entre la Barceloneta y el Vela. El mar estaba revuelto y la playa bastante tranquila, para estar encerrados en nuestras cuatro fronteras. Estuve escribiendo en distintos lugares, siempre sobre lo mismo.
Al final me marché porque hacía mucho frío. Era un día gris de invierno y el viento insistía en caracterizar el día. Encima, se me habían mojado las bambas por acercarme demasiado a la orilla (y por pringada). Obviamente, no habías aparecido. Por un momento me diste rabia por haber plantado en mi cabeza esa estúpida expectativa, de alguna u otra forma. Y, al final, tener que sentirme decepcionada por nada.
Pensé también que seguro que salía el sol una vez ya estuviera en casa de nuevo. Creo que fue así, no lo sé. La verdad es que no quise comprobarlo.