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no tan fácil

Termina noviembre y

Me sirvo una copa de vino como las mujeres ricas y me pongo a escribir con los pies al sol. Correr entre la nieve ha sido fácil después de pasar otra mañana intentando entender el paso del tiempo. El jueves hablamos sobre cómo durante un par de días sentí que salía de ese eterno viaje en coche. Y me pareció todo tan fácil. Pensé: así es como vive la gente, así es como se hace todo. Se volvió cercano lo lejano y normal lo extraño, como tiene que ser. Tan fácil.

Pero luego me puse a temblar, se me comió algo quijotesco y pareció que las montañas se convertían en otra cosa. En un mal invisible. Y los minutos fueron horas y las cuestas: una cuesta de hielo, una cuesta en obras, una cuesta encerrada. Él mirándome por el rabillo del ojo, yo retorcida en el asiento.

Al llegar no supe meter la llave en la puerta, tuve que esperar a que me abrieran como un perro que ya no cabe por su rendija. Me hice una bola como cuando te escondes de algo y me repetí palabras que me trajeran de nuevo al mundo: sofá a rayas, lámpara, cojines, alfombra, ventana, mosca.

Lo único bueno de esto es que cuando termina lo demás es mejor. Fácil.


10 de diciembre

Sueño que dejo de soñar y que me despierto y hay un terremoto. Tiembla la cama mientras él duerme y tiembla la madera, la lámpara, la luz que entra por la ventana y me lo creo. Me creo que sí, que esa vez sí van a agrietarse y a quedarse a medias. Hay que meterse debajo de una mesa, le digo cuando al fin despierta. No pasa nada, me contesta. No debo exagerar.

Sueño también que estoy en otra parte, lejos. Que duermo pegada al suelo, en una cama hecha a base de nada y un cojín. No debo quejarme, tampoco.


12 de diciembre

No tenía razón cuando pensaba que se habían equivocado de persona. O que nadie vendría. Por eso hablo mal y me tiemblan las manos cuando cojo el café.

El pensamiento de que me lo voy a tirar por encima cuando digan algo importante se traga frases que debían ser importantes.




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