Noviembre de 2020
Se me disparó el tiempo de uso del móvil por ahí marzo y ya no lo bajo. Termino, en cambio, en triángulos incompletos y en mil notas de voz. ¡Estas no son horas para enamorarse! Creo que de madrugada se quiere más, pero peor. A mediodía hubiese sido distinto, quizá. Aunque al final los meses son discusiones con distinto nombre, desempleo y más decisiones. Terapias para mencionaros y que os quedéis tranquilos, reconciliaciones para dormir juntos y días bonitos sin casi pandemias.
A veces pienso que este año no estaba hecho para amar a nadie, ni para estar lejos, ni para echarse de menos. ¿Tú me echas de menos? Me gusta cerrar los ojos en tus videollamadas, mientras haces tus cosas y yo te escucho. Después del finde volvemos a vernos, si no hay positivos ni se acaba el mundo. Pero este año no estaba hecho para amar a nadie.
O estaba hecho para amarse bien.
Enero de 2021 Últimament penso molt en, per fi, sortir de Barcelona i deixar-ho tot enrere. Que s’acabi ja tota la merda i poder fugir sense cap culpa.
La ciutat només l’estimes si de tant en tant l’abandones. Ni cotxes que toquen el clàxon per afició, ni gent oferint droga baixant La Rambla, ni transbords de Metro que duren més de tres cançons. Posar-ho tot en pausa. Perquè qui sap estimar Barcelona l’estima molt, molt, molt. Jo en sé. Però, de tant en tant, satura. I més durant aquests mesos.
Necessito anar on no tingui una vida, on no conegui ningú i no hi hagi distraccions. On em tregui les notificacions del mòbil d’una puta vegada i treballi a distància només les hores que toquen. I fer-ho de veritat. Veure llocs diferents i acomiadar-me’n cinc vegades amb els ulls en marxar, dibuixar lluny de la meva habitació, tenir quatre mil fotos noves al mòbil i passar-me el vespre editant-les (per després deixar-les al carret i que no vagin enlloc). Fer una birra mentre esquivo al meu cap les coses que em preocupen. No tenir coses que em preocupen, fins i tot. Si pot ser, una estoneta. I no tenir res a fer. Però no tenir res a fer bé, no morta de fàstic. Tenir el cap tranquil, callat, que només parli per escriure.
Pirar-me i passar. Enviar-ho tot a la merda, viatjar, marxar. Adéu i que l’habitació agafi pols, que tornar sigui un pal, però, en part, agradable. Cansar-me d’estar lluny, tenir nostàlgia de casa, trobar a faltar els carrers de Vallcarca. Que odio odiar les pujades, els horts urbans, els locals, ara, mil hores tancats.
No ho sé. Que s'acabi ja tota la merda i poder fugir sense cap culpa. Que només estimes Barcelona si de tant en tant l'abandones. I l'últim que voldria és deixar d'estimar-la.
Febrero de 2021 Pasan los días y no pasa nada. Y, sin embargo, insiste el tiempo en empujarme hacia delante, como si hubiera algún lugar al que llegar. Sin saber adónde, ni por qué, ni si quiero ir. No creo. Pasan los días y no se aclara nada. Me exijo estar bien en esta normalidad impuesta de la que ahora no quiero hablar. Ya no sé qué deriva de mi incertidumbre habitual, de la incertidumbre colectiva, de los veinticuatro, de nosotros y del sinsentido de cada día. Se acabó el distinguir inseguridad y realidad. Y lo sustituyo por mi «suposo que és una mica tot». Que es cierto, es cierto. Lo digo porque es cierto. Pero ¿de dónde viene cada parte? ¿Qué se esconde tras la niebla? ¿Cuál es el acantilado al que me asomo ahora?
Y pasan los días y no pasa nada, pero a la vez, todo cambia. Pasan las horas y sigo despistada, conectada a algo que no sé dónde está, ni qué es. ¿Qué es? Me conecto a Instagram, eso sí, y en las stories el mundo está patas arriba. Enciendo la tele y en las noticias todo arde. Y miro dentro y sé que algo cambia, también. ¿El qué? Pero, luego, todo sigue igual. Todo sigue igual de anormal en esta normalidad impuesta. Y autoimpuesta. Ayer dijiste que cómo no iba a estar distraída, que era lo que tocaba, o algo así. Y yo escribí un mensaje donde te contaba todo esto, pero luego lo eliminé y dije que no era importante.
Porque, al fin y al cabo, tienes razón. ¿Cómo no iba a estar distraída? Si me confunde y me perturba y me angustia que todo cambia, pero nada cambia al mismo tiempo. Que cada día es igual que el anterior, solo que más lejos de lo que era lo normal y ya no es. Que las semanas me empujan y yo hacia delante sin pedirlo, sin saber ni qué, ni adónde, ni si quiero ir. No creo. Que pasan los días y no se aclara nada. Me exijo estar bien porque, como siempre, podría ser peor. Mucho peor. Si está todo bien, todo bien, todo bien y todo es normal.
Pero ya no sé que dudo por dudar o por dudarlo de verdad, ni qué recuerdo o qué me invento, ni qué es consuelo o es un hecho. I sí, suposo que és una mica tot. I que és normal. És normal sentir que res és normal, perquè no ho és. Suposo que és una mica tot. ¡Y lo digo porque es cierto! Pero, otra vez. Otra vez. ¿Cuál es el acantilado al que me asomo? ¿De qué se trata? Y, sobre todo:
¿Cómo de lejos está?
Marzo de 2021 Estos días tengo más vida social en mis sueños que en la vida real. Más si pienso en vosotros. En persona, os veo solo a veces. Y, además, siempre a medias. Cuando duermo, en cambio, estáis siempre, siempre, siempre y mucho. No suelo contároslo porque no quiero que interpretéis mis sueños por mí. Yo ya sé lo que significan. Que todo sigue y nada cambia. Que estáis en mí y en todas partes. En plan, en todas partes. El otro día soñé que estábamos juntos en una casa. Yo estaba como estoy cuando estoy despierta: de un lado al otro, queriendo mucho en muchos sentidos. Todo era bonito y confuso y un poco destrozo, pero al final acababa bien.
¿lol?