escribir sobre no escribir no tiene mucho sentido

Muere una semana tras otra. Los objetos pierden sus límites y lo tiñen todo de su color, el cielo se queda increíble. Este noviembre tiene algo en común con el del año pasado, no lo escribo casi (lo cual es bueno). En realidad, no escribo sobre muchas cosas (lo cual es malo, pero de eso hablo después).

Últimamente, el sol se pone distinto. Y sale bonito, como cuando en el tren de Albacete a Valencia el paisaje era una recompensa por dormir poco y levantarse pronto. No me gusta pensar cómo será el amanecer en otros lugares, por si me doy cuenta de que me gustaría más, así que me mantengo ocupada, aunque tampoco sea por elección propia. Paso bastantes horas yendo de una ciudad a otra y me acuerdo de cuando las horas eran más largas.

La música suena ahora mucho mejor que hace días, pero la cabeza me arde todavía: pasa algo bonito y recuerdo cómo era cuando no ardía. A continuación, vuelve a ser como siempre. Dejo de escribir para mí porque me gasto en palabras ajenas, páginas de libretas que no son mías (???!!!). Olvido caer en mí y me deposito en cualquier parte, luego me arrepiento.

Volvemos a salir por ahí (<3) y es como si el tiempo no tuviera sentido y fuese 2018 o 2019 o un momento en el que todo era igual, pero de otra forma. En el buen sentido, digo. ¿Puede ser? Sigo a mis amigas entrando en la disco y estamos

felices. Una de ellas me da la mano para que no me pierda (como cuando me puse a llorar en la playa) y pienso que todo

estará en su lugar, tarde o temprano. Estos sitios anulan los sentidos y siento que me da lo mismo, qué alivio. Nos ponemos a bailar. Sigo con la idea de que todo estará donde tenga que estar, tarde o temprano. ¿No?

Al salir, hace frío. Me gusta porque no es el frío de 2016, es el de hoy y está bien, aunque sigan siendo las 6 de la mañana y la ciudad a esta hora sea un poco triste. Lo demás, no lo sé, pero me digo que ya se irá viendo.